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domingo, 7 de septiembre de 2014

Edición 2014 - Manta de mierda, por Alberto Rosado del Nogal

Y ahí esta otra vez: el mundo. Captado por los ojos como si de una retransmisión en riguroso directo de televisión se tratase. Imágenes con filtros, desenfocadas, lentas, tristes. Y veo a un niño, no a un tópico. Porque los tópicos se hacen tópicos para rebajarles peso, pero siguen siendo igual de reales. Por muchos mendigos que veamos, no significa que eso deba ser así. La realidad no se autojustifica. Ese niño te mira, con otra cámara como la tuya. ¿Distinta? Puede ser. Pero vive igual que tú. A ese niño le cuesta tener que ir a trabajar hoy porque no puede levantar toda la mierda que le arropa. Él coge la plata, tú la llevas. Mientras millones de niños desprecian regalos en Navidad porque no pueden asumir tanto, otros tienen que almacenar esa mierda. Papeles, cartones y etiquetas con precios superiores a salarios anuales de miradas transparentes. Todo aquí no cabe, así que arropamos allí con lo que nos sobra. Si a unos nos sobra, a otros les falta, y además nos creemos solidarios por dar ese juguete roto, o pasado de una moda que ni tú ni yo hemos votado, pero seguimos. Mandamos a ese juguete sin alma, porque nosotros mismos se la hemos matado. Compartir no es dar limosna. Y dar limosna no es una virtud. La mejor limosna es aquella que evita su concepto. Nos sentimos Dioses. Yo creo que tenemos demasiado miedo a que no nos sobre. A cambiar la seda por el cartón en las frías noches. Y mientras nos preocupamos por tener la mejor pantalla de plasma para ignorar una vez más esas imágenes de pobreza que nos mostrará, se nos olvida que con aquel muñeco al que matamos su alma, la nuestra también murió. Porque tú y tú sois iguales. Y esa persona que pide en la calle no es un yonqui que se lo merece. Sufre, y mucho. Puedes pasar y hablar. Ayudar. Apoyar. Compartir. Sentir. O puedes pasar y pensar que ha hecho algo mal y tú algo bien. Por eso tú no pasas hambre, y él sí. Por eso tu conciencia te permite dormir y a él el frío le hace temblar bajo la Luna. Qué complicado e injusto es el mundo. Qué pena que no pueda cambiar nada, podrás pensar. La pena es que no nos damos cuenta que podemos cambiar la vida de esa persona que vemos, aquí y ahora. Y pensar en la infinitud de la pobreza sería como pensar en la eternidad de la muerte, así que vamos a morir ya. Pero eso no lo hacemos, vivimos hoy, mañana, y ochenta años más para morir el resto del tiempo pensable, si es que nuestra mente pudiera pensar tal cantidad. Entonces por qué no hablamos, ayudamos, apoyamos, compartimos y sentimos. Por qué pasamos de largo ante esa persona, por qué no nos atrevemos a ir a una mina de Potosí, mirar a un niño a sus ojos, desde mi pantalla a su pantalla, y decirle que se lo merece, que algo habrá hecho. Que ese niño tiene la culpa de que en su país se explote a los menores de edad. Lo más triste es que cuando le des tus sobras, eso que de verdad ya no quieres, él te sonreirá, te lo agradecerá y lo almacenará en su manta de mierda. Esa manta que además de dar calor, va guardando las almas que tanta gente ya ha perdido.

3 comentarios:

  1. Gracias por todos estos relatos que nos estáis brindando. Da gusto leeros.

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  2. Una espeluznante mierda, Alberto. Una mísera tela de mierda que se encuentra en humanos que se alimentan de lo que otros tiran. Una fatal fatalidad que se encuentra en los pozos de desilusión de aquellos que confiaban en la sociedad, y que ahora se quedan aturdidos al ver tal desastrosa realidad. Un oloroso manto de mierda que se presenta en el momento en el que el hombre de traje y corbata no encuentra amor en su cuenta de ahorros, por haberlo canjeado por un enorme y brillante chalet con piscina en las altas zonas de La Moraleja. Un impresionante manto de mierda muy bien retratado en tus escritos. Cruel verdad. Gracias por escribir, Alberto

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  3. Es cierto, gracias Alberto. Así somos "los seres inhumanos", si me lo permites, algo diría en mi defensa, pues no siempre soy inmune al dolor ajeno. Recuerdo una vez, hace tiempo; andaba por el bulevar de Sainz de Baranda, me fijé en uno de esos que paran por los suelos (cuando menos, siempre que puedo los miro y me intereso, casi siempre me digo que en comparación con los que andamos, probablemente éstos que yacen ahí, sean mas humanos); me pareció demasiado inmóvil para estar vivo; me acerqué, le toqué le hablé y efectivamente siguió inerte. Pedí ayuda a otros "seres inhumanos"; por fin, conseguí que alguien se acercara y llamara a urgencias (todos iban con prisas y hacía frío), al poco, vinieron y se lo llevaron. Creo recordar que esto sucedió por esa época que denominamos "navidad" (sí, con minúsculas) y que yo llamaría "inhumanidad". Gracias por ayudarnos a despertar, Alberto.

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