Organiza el Círculo Podemos Carabanchel Latina de Madrid - Contacta con nosotros: certamenpodemos@gmail.com - PODEMOS.INFO

miércoles, 28 de octubre de 2015

Concha G. (ed.2015/16)

Yólika o una de colores 

Yólika era una más de la comunidad. En la comunidad la gente vestía gran variedad de prendas: pantalones (de todas las formas, anchuras y larguras), faldas (de todas las formas, anchuras y larguras), camisas (de todas las formas, anchuras y larguras), vestidos (de todas las formas, anchuras y larguras), etc (de todas las formas, anchuras y larguras). Lo que era siempre idéntico, impepinable, e incluso inalienable, era el color. Se trataba de una mezcla entre gris, marrón, acaso también morado, verde y rojo. Sí, sí, creo que lo he clavado. Aquel color le sentaba mejor a unos que a otros. Ciertamente había miembros de la comunidad que estaban la mar de guapetones con sus prendas color… ya sabéis. Otros, ni fu ni fa. Y a otros les sentaba como un tiro. Todo el mundo sabía cómo le quedaba a cada cual y, curiosamente, a ese mismo todo el mundo le importaba un rábano. El motivo era muy sencillo: nadie se planteaba que hubiera cualquier otro color para vestir. ¿Nadie?

Yólika cada día se ponía su ropa monocolor y se miraba al espejo. Utilizaba más tiempo que el resto de sus congéneres en contemplar su reflejo, y de alguna forma, se inquietaba. No podía decirse que sufriera, en el sentido estricto (si es que lo tiene) de la palabra. Pero… Cuando Yólika se miraba al espejo, algo en su interior se removía, y no lo digo en sentido metafórico, no, algo en su interior se removía, causándole una suerte de malestar inexplicable. La desagradable sensación fue creciendo, lenta pero inexorablemente, hasta que un día, Yólika descubrió el motivo: aquel color no la favorecía nada y además, ¡cáspita!, la ponía triste. Pero, ¿cómo era posible? Yólika lloró trece días y trece noches, a escondidas. No se atrevía a compartir su dolor (porque aquello definitivamente era dolor) con nadie, porque nadie iba a entenderla. Tras los trece días y las trece noches, aquel pesar mutó de agudo en crónico. Logró sobrellevarlo, pero sólo eso: vestirlo con la misma decepción y pena con que vestía sus anodinas y feuchas prendas. Pasó el tiempo, en efecto, simplemente, pasó el tiempo, y Yólika decidió dejar la comunidad. Ciertamente el mundo era muy grande y le apetecía conocerlo, aunque fuera un poquito.

Hizo su maleta con una mezcla entre aflicción y regocijo y partió, tras una despedida preñada de pena, felicidad, envidia, algún que otro corazón roto, buenos deseos, malos deseos, incomprensión, admiración, y otras cosas, y otras cosas, y otras cosas…

Durante los primeros días, no vio a ningún otro ser humano, lo que la aliviaba enormemente, no sabía muy bien por qué y, lo mejor, no se molestaba en intentar saberlo. Además, el camino, “relleno” de multitud de colores, extasiaba y colmaba su alma. Nunca había sentido tanta plenitud. Saboreaba cada jornada del viaje, cada pincelada del cielo, cada ser vivo, cada uno de los diferentes verdes, ocres, violetas, que alfombraban el terreno que se abría bajo sus pies. Intentaba comparar la belleza con la que estaba siendo regalada con su antiguo hogar, y no podía. Se dio cuenta entonces, de que no sólo la ropa de allí era triste, monótona y carente de toda gracia, si no que todo, las casas, el paisaje, incluso el cielo, no se acercaban, ni a millones de años luz, a su nuevo mundo. Nunca había reparado en ello, sólo en su indumentaria y se sintió un poco estúpida por no haber sido capaz de darse cuenta. Pero sólo un poco: su ya perenne sonrisa volvió a adornar su rostro y de esa guisa prosiguió su viaje. Sólo era capaz de sentir felicidad, porque felicidad era ese cosquilleo que la recorría continuamente el cuerpo y le hacía dar saltos, cantar, gritar y bailar.

Cada día Yólika vestía diferente y es que durante su aventura fue atesorando mucha ropa distinta, de colores distintos… Una mañana cuando despertó, le dio mucha risa darse cuenta de que le apetecía volver a ponerse una de sus antiguas prendas. Así que, como le apeteció, lo hizo, y se sintió muy bien. Se veía monísima y, sobre todo, supo que se había reconciliado con su pasado y que por fin, se había perdonado por no haber dejado antes su comunidad natal.

Yolika viajó y viajó y mientras lo hacía su colección de vivencias, seres, colores, sensaciones, prendas, sentimientos, lágrimas y risas crecía, enriqueciéndose y dando a luz cada día a Yólika. Y aquel viaje se alargó y alargó y alargó, tanto que ya no sólo fue un viaje, si no que fue su vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario