Vuelvo la cabeza y miro la montaña,
la ribera del río se aquilata a mis pies,
quiero verla de nuevo, quiero mirarla bien,
y la luz del ocaso se riza en mis pestañas.
Procuro dar un paso y caminar, mi alma
se queda rezagada mientras mis pies se van,
se ha posado en las ramas, y se esconde detrás,
si me marcho sin ella seré más desalmada.
La espero como un ciego espera al lazarillo,
espero que regrese y con mi sombra venga,
si soy una emigrante aunque ignore el motivo
debo llevarme el alma; a mi persona entera,
y tenerme a mi misma cuando me encuentre sola,
cuando en otros paisajes me llamen extranjera.
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